Las vacunas son una forma ingeniosa y segura de crear una respuesta inmunitaria y uno de los métodos más eficaces para prevenir enfermedades, aprovechando los mecanismos de defensa de nuestro propio cuerpo.
La mayoría de las vacunas están elaboradas a partir de microorganismos (bacterias o virus), muertos o atenuados, o productos derivados de ellos. Gracias a que nuestro sistema inmune identifica al microbio invasor; crea defensas. En pocas palabras, le dicen al sistema inmunológico cómo defenderse para combatir la enfermedad.
El sistema inmunitario tiene memoria, por lo que después de recibir una o más dosis de una vacuna, quedamos protegidos si se detecta este virus, ya sea por varios años o una temporada. Lo cual es mucho mejor que tratar una enfermedad cuando ya afectó al organismo y puede tener síntomas leves o graves.
Con la edad, el sistema inmune cambia, y es menos eficiente, ya que puede ser más lento, lo que aumenta el riesgo de enfermarnos. Es por ello que las personas mayores de 60 años son de los grupos más vulnerables.
Esa es una de las razones por las que sin importar la edad las vacunas siguen siendo muy necesarias, para evitar de niños enfermedades como el sarampión o de adultos la influenza o herpes zóster. Claro, siempre complementado con ejercicio y una buena alimentación, y en los adultos evitando el cigarro y tener un consumo moderado de alcohol.
Después de recibir una vacuna, se pueden tener molestias leves como: dolor en el sitio donde se aplicó o fiebre por uno o dos días, lo cual indica que el sistema inmune se está fortaleciendo.
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